Por: Yelitze Y. Palencia P. Abogada. Maestra en Educación en Derechos Humanos
IG. @yelitzepalencia
La pandemia mundial del COVID-19 nos sigue obligando a continuar la formación académica de niñas, niños y adolescentes a distancia. La invitación sigue siendo “Cada Familia Una Escuela”.
Indiscutiblemente la educación no debería detenerse bajo ninguna circunstancia. Es de destacar, incluso, que durante los conflictos armados, las partes beligerantes están obligadas a respetar las escuelas como territorios de paz, conforme al Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario.
Ahora bien, lo que no podemos pretender es que en medio de esta vorágine mundial, la educación tenga las mismas expectativas, exigencias y condiciones de siempre.
Así como cada hogar debe ser una escuela, es un hecho cierto que cada familia es un universo con sus propias realidades; realidades que se han visto afectadas en mayor o menor medida en estos tiempos.
Algunas familias han logrado lidiar de la mejor manera posible con las nuevas responsabilidades que ha traído consigo el tener que convertir nuestros hogares en una escuela; a otras les ha costado más sobrellevar esta situación y ello por diversas razones: padres separados o familias monoparentales; padres que trabajan fuera del hogar; padres que aún estando en el hogar deben cumplir horarios y obligaciones laborales, además de las domésticas; preocupaciones de índole económico; falta de recursos materiales como internet, equipos de computación, teléfonos inteligentes, etc.
Aunado a ello, otros factores importantes que pudieran estar haciéndose presentes son los relacionados con las posibles limitaciones cognitivas o intelectuales de algunas madres, padres u otros cuidadores; el desconocimiento de ciertas temáticas y contenidos de parte de éstos; la falta de herramientas pedagógicas, lo que podría estar poniendo en desventaja a determinadas niñas y niños, afectando así la garantía de su derecho humano a la educación e, incluso, amenazando también su derecho humano a la integridad personal, ya que estas situaciones muchas veces derivan en violencia infantil.
¿Entonces, qué hacer ante estos padres que claman por la disminución de las tareas escolares y refieren sentirse sobrepasados y agobiados? Frente a tales hechos, las escuelas no pueden permanecer impávidas. Urge ofrecer alternativas respetuosas que respondan a las particularidades específicas de cada hogar convertido en escuela.
No podemos pretender que la educación siga siendo homogénea, como acostumbradamente lo ha sido. La educación debe responder a los requerimientos de cada estudiante en particular, lo cual no puede ser considerado como un asunto que representaría más trabajo para los docentes. No podemos seguir aferrados a la idea de que se hace lo que diga la mayoría o lo que satisfaga y beneficie a la mayoría. La historia nos ha demostrado, en más de una ocasión, que la mayoría no siempre tiene la razón.
Es momento de que prevalezca en la educación un valor que hasta ahora no ha estado lo suficientemente presente: el valor de la equidad. La equidad consiste en darle a cada quien lo que necesita y está claro que las necesidades, tanto de los estudiantes como de sus familias, jamás y nunca podrían ser las mismas en todos los hogares. Con esto se daría además cumplimiento a los compromisos internacionales de los Estados en materia de derechos humanos, en cuanto a los lineamientos que refieren que la educación debe estar centrada en el estudiante y no en objetivos académicos.
No es pertinente, en consecuencia, seguir haciendo alusión al valor de la igualdad de manera negativa, para desconocer a los más necesitados. Efectivamente, si bien la ley es igual para todos, lo que significa que todas las personas tienen los mismos derechos, tal premisa no puede entenderse en detrimento de quienes están en desventaja por no contar con las condiciones, así como con los conocimientos, las habilidades y/o las actitudes requeridas para hacerle frente a los distintos compromisos de la vida, bien sean personales, profesionales, académicos, etc.
Cada familia está intentando responder a las exigencias que imponen las circunstancias actuales, desde sus propios recursos, capacidades y experiencias. Ante tal realidad, el personal directivo y docente debe estar dispuesto a ofrecer una escucha empática y compasiva, así como abordajes que no tienen que seguir siendo uniformes y homogéneos.
De tal manera que es preciso que tiendan puentes con cada hogar. Es necesario que apuntalen los recursos, tanto humanos como materiales, a la atención de las familias más necesitadas; de las familias a las que más les está costando hacerle frente a estas nuevas responsabilidades. Se debe ofrecer una atención personalizada. Los especialistas de cada centro educativo pudieran realizar un valiosísimo trabajo con cada una de ellas, lo que, indefectiblemente, permitirá que se sientan acompañadas, comprendidas y contenidas en estos momentos, en lugar de abrumadas, desesperadas y desesperanzadas.
Con ello, estaríamos ofreciendo a todas las niñas, niños y adolescentes la posibilidad de aprender a sus ritmos, conforme a sus propios contextos y con menores posibilidades de sentirse estresados y frustrados; al tiempo que estaríamos invirtiendo inestimables esfuerzos en la construcción y consolidación de sociedades conformadas por miembros no solo preparados académicamente sino, sobre todo, equilibrados mental y emocionalmente.
Indiscutiblemente, el beneficio sería tanto individual como colectivo.
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